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martes, 24 de noviembre de 2015

Aterrizaje forzoso en el gulag


Stalin confinó en campos de trabajo a los pilotos republicanos que se instruían en la URSS y que reclamaron su repatriación al final de la Guerra Civil

Tereixa Constenla - Madrid 14 SEP 2010
"Yo, Hermógenes Rodríguez, me dirijo a usted respecto al siguiente asunto: fui enviado por el Gobierno de la República Española a la Unión Soviética para participar en 1938 en un curso de pilotaje, que no pude terminar. Pedí inmediatamente mi repatriación, que hasta hoy me han negado. Desde 1941 me encuentro en un campo de concentración solo por ser español".

Hermógenes Rodríguez era uno de los 180 aviadores republicanos en fase de formación a quienes el final de la Guerra Civil sorprendió en la URSS. "Usted" era G. M. Malenkov, sucesor de Stalin en la presidencia del Gobierno de la URSS. El texto pertenece a una carta de mayo de 1953, dos meses después de la muerte de Stalin, que se reproduce en el libro Los últimos aviadores de la República, escrito por Carmen Calvo Jung y editado por el Ministerio de Defensa y la Fundación Aena.

Carmen Calvo es la hija de uno de esos aviadores -José Calvo- que salió de España con el objetivo de retornar pronto para ir a la guerra y que, acabada ésta en 1939, tardó 15 años en volver a su tierra. En ese tiempo le zarandearon por diferentes cárceles y campos de trabajo forzoso. Fue una víctima más del Archipiélago Gulag, la maraña de campos de castigo soviéticos donde cualquiera podía acabar por cualquier cosa. Allí fueron encerrados los españoles de la División Azul que habían ido a pelear contra el Ejército Rojo. Su confinamiento encaja dentro de la lógica de la guerra, que divide el mundo entre amigos y enemigos. Pero, ¿qué hacían allí los aviadores de la República?

Carmen Calvo congeló temporalmente su trabajo en Berlín -como arquitecta se dedica a la restauración y conservación de patrimonio- para responder a una cuestión que su padre había eludido en vida. Ni en los documentos que recibió tras su muerte ni en libros de historia se aclaraba la incógnita. Así que Calvo ha dedicado 10 años a rastrear en 24 archivos e instituciones de España, Suiza, Francia, Alemania, Holanda y Rusia la pista de aquellos pilotos atrapados en la URSS que deseaban volver a España o exiliarse en otro país.

Su vinculación familiar, además, le abrió las puertas de los archivos personales de los protagonistas. Casi nadie quería hablar, pero casi todos ordenaron sus recuerdos por escrito. Como José Romero Carreira, que describió la crudeza en el campo de Kok-Usek -la mortalidad superaba el 60%- en unas memorias inéditas: "La mínima ración que se suministraba de alimentos nos había postrado a todos en un estado de inanición. (...) Todo barniz social había desaparecido. Los títulos, los espíritus refinados, los aristócratas habían descendido al rango de hombre primitivo. Los espíritus más refinados de Viena convivían con los analfabetos y rudos carreteros y pastores de Rumania. Los niños tenían que defender sus alimentos contra la expoliación de sus padres. Situación trágica en la que puede caer el hombre cuando las circunstancias desatan las fuerzas de su subconsciente".

De los 25 pilotos internados hasta 1948, Romero fue de los pocos juzgado y condenado. La razón: sumarse a la huelga de hambre de los presos de la División Azul para exigir una mejora en las condiciones del campo en 1952. El segundo delito que cometió fue montar una escuela para enseñar a leer a los divisionarios. "Los republicanos siempre tuvieron la cabeza alta. Su gran lección fue la de que cada persona tiene que cuidar de los demás", destaca Carmen Calvo, que da vueltas a la realización de un documental sobre los hijos de aquellos pilotos secuestrados por el régimen de Stalin. ¿Por qué? "Porque no querían que el mundo supiese que había republicanos incómodos en el paraíso".

Presos rojos en el 'paraíso' rojo
- Desde enero de 1937, las autoridades republicanas enviaron a unos 800 alumnos en cuatro expediciones para instruirse como pilotos en Kirovabad (Azerbaiyán) y Járkov (Ucrania).

- El Kremlin, apoyado por dirigentes comunistas españoles exiliados en la URSS, presionó a los 180 aviadores españoles que seguían en el país al final de la Guerra Civil para que se nacionalizasen y permaneciesen allí.

- En junio de 1941, tras algunas deportaciones ejemplarizantes, solo 25 seguían reclamando su salida de la URSS. Otro medio centenar acabaría pilotando para el Ejército Rojo.

- Tras el ataque alemán a la URSS el 22 de junio de 1941, los 25 pilotos fueron enviados a campos de trabajo forzado en Siberia, donde estuvieron internados hasta 1948.

- El Gobierno soviético orquestó en 1948 una falsa operación de repatriación desde Odessa tras una campaña internacional de la Federación Española de Deportados e Internados Políticos, pero siguió presionando a los españoles para que renunciasen a salir y aceptasen la nacionalidad. Doce se resistieron.

- Estos 12 regresaron a España en el buque Semíramis, que atracó en Barcelona en abril de 1954, rodeado de una triunfal bienvenida dirigida a los 246 prisioneros de guerra de la División Azul que viajaban en el barco.

viernes, 26 de junio de 2015

Karagandá: la estepa de los 34 gallegos «enterrados en vida»

Foto de la web de la Embajada de España en Astaná (Kazajistán)
 
Un monumento recientemente inaugurado en esta región de Kazajistán recuerda a los españoles presos en el Gulag, que agrupó a republicanos y miembros de la División Azul
 
 Javier Armesto
 
 

«Rusia envió a 185 republicanos españoles al gulag sin juzgarlos»

Existen varias portadas del mismo título
 
El historiador leonés Secundino Serrano publica ‘Españoles en el gulag’, que cierra la trilogía de «los que protagonizaron la historia pero no tuvieron quién la contara»
 
Verónica Viñas | León 20/10/2011  
Encontró un sobre con la palabra Karagandá. Tuvo que mirar el lugar en el mapa para ubicarlo en Kazajistán. Todo comenzó en el Archivo de Salamanca. El historiador leonés Secundino Serrano buscaba pistas de los republicanos que combatieron contra Hitler y se encontró una lista de represaliados españoles en Rusia. Desde el 2006 tenía ‘aparcada’ la historia de los republicanos condenados a los campos de trabajo en Siberia. Españoles en el gulag. Republicanos bajo el estalinismo cierra la trilogía que comenzó con Maquis y continuó con La última gesta. Editado por Península, en el tercer libro rescata la memoria de «ciudadanos anónimos que protagonizaron la historia, pero que no tuvieron a nadie que la contara». Serrano lo ha hecho. Ha puesto sobre el papel a los personajes de unos sucesos que han permanecido silenciados durante décadas.
 
El sobre de Karagandá tenía expedientes de personas desterradas al gulag y datos de una campaña de movilización llevada a cabo en Francia para su liberación. A Serrano la historia le fascinó desde el principio. Este profesor de historia ha podido localizar a 185 republicanos en Rusia, aunque hubo hasta 300 españoles en campos de trabajo, «no todos por motivos políticos», dice. Uno de ellos era el maestro leonés Nicolás Díaz Valbuena. Un militante de la CNT oriundo de Vega de Gordón. Sorprendentemente, Díaz Valbuena era miembro de la Sociedad de Amigos de la Unión Soviética. Serrano sólo ha podido averiguar que falleció en un campo de trabajo. La documentación «se pierde ahí. No existe información sobre a qué campo fue destinado ni de las circunstancias de su muerte».
 
Ha sido una labor ardua. A Serrano le tocado el alma. Hechos cruentos a los que ha puesto nombre y apellidos. Biografías que ha rescatado de tediosos expedientes. «La mayoría fueron detenidos y llevados a los campos, sin ser juzgados ni condenados. Fue un auténtico secuestro político».
 
Los de la División Azul. Entre 1948 y 1953 los republicanos convivieron en el gulag con miembros de la célebre División Azul. «El régimen soviético los situó en el mismo bando». Tras la muerte de Stalin, son liberados, y 38 de aquellos republicanos regresan a España junto a los divisionarios a bordo del barco griego Semíramis. En el puerto de Barcelona los 286 repatriados españoles, incluidos los republicanos, son recibidos con los sones del himno nacional.
 
El nuevo libro de Serrano, que llega hoy a las librerías, es un relato «panorámico» de los españoles republicanos en la Unión Soviética. Pero el autor se encontró decenas de historias paralelas que también merecían ser contadas. Mientras escribía el libro pensaba en las matrioskas –las conocidas muñecas rusas que se introducen una dentro de otra—, porque cada episodio le llevaba a otro. «Son como capas de cebolla. Historias dentro de historias, con el nexo común de los campos de trabajo». Serrano también localizó a ocho leoneses de la División Azul que acabaron en el gulag: Alberto Alonso Pascual (Cistierna), Benito Bautrulle del Río (León), Eladio Bello Voces (San Juan de Palueza), Germán Díaz Conde (Velilla de Valderaduey), Modesto Fernández Riesco (León), Cayetano López Bueno (León), Joaquín Montaña González (Villafranca del Bierzo) y Gumersindo Pestaña Fernández (Astorga).
 
Vivo, pero con funeral. El Diario de León de abril de 1954 recoge la llegada de estos hombres a bordo del Semíramis. El corresponsal de Villafranca relata en un artículo la sorpresa de los emocionados padres de Joaquín Montaña González al saber que su hijo estaba vivo, puesto que años atrás, dándole por muerto, le habían hecho hasta un funeral. Durante cinco años republicanos y divisionarios compartieron penalidades en campos del Círculo Polar Ártico (hasta 75 grados bajo cero), las estepas de Kazajastán (como el de Kok-Usek, donde diez españoles, casados con judías austríacas, fueron padres) y en gulags de la Rusia europea.
 
Serrano confiesa que con la trilogía pretendía recuperar a los republicanos españoles que lucharon contra Franco (Maquis), contra Hitler (La última gesta) y contra Stalin (Republicanos en el gulag). En el último libro de Serrano también sorprende la peripecia vivida por una treintena de niños de la guerra —la mayoría vascos, asturianos y cántabros—, que fueron enviados por sus padres a Rusia huyendo de la contienda española. Cuando los nazis avanzan sobre territorio ruso, estos niños son detenidos y repatriados a España. Serrano ha averiguado que dos de ellos acabaron en la guerrilla antifranquista. Eran los asturianos Eloy Álvarez El Ruso y Roberto Montes Cantinflas. Ambos fueron eliminados el 7 de febrero de 1950 en una emboscada en Asturias. Otro de aquellos niños era el santanderino Néstor Rapp Lantarón que acabaría siendo uno de los fundadores de Comisiones Obreras de Vizcaya.
 
Ni reyes, ni generales, ciudadanos. El libro de Serrano está plagado de historias humanas. Hay docenas de acontecimientos dignos de novela. El autor no sabe si los abordará en un próximo libro. Su objetivo inmediato era concluir la trilogía, concebida como «un homenaje histórico a españoles anónimos», asegura. Y es que a este historiador leonés no le interesan los reyes ni los generales, sino los ciudadanos anónimos que en determinadas circunstancias tuvieron una participación crucial en la historia, con el agravante de haber sido despreciados por la historia oficial.
 
«Sabemos mucho de políticos e intelectuales republicanos, pero poco de los protagonistas auténticos. Esa es mi aportación, situarlos en la historia, darles visibilidad». Un puñado de hombres que pagaron cara la defensa de sus ideales. También las crónicas oficiales, las que escriben los vencedores, les desterraron para siempre. A Serrano le delata el entusiasmo cuando habla de estos personajes que ha rastreado por bibliotecas y archivos, incluida la hemeroteca del Diario de León.

martes, 23 de junio de 2015

Una deuda con Josefina Iturrarán

Josefina Iturrarán
 
Pilar Bonet - Las Atalayas blog de El País | 09 de junio de 2015
Josefina Iturrarán se hubiera alegrado de saber que por fin ha sido erigido un monumento en memoria de los españoles que perecieron en el lager estalinista de Karagandá (Karlag), en la estepa de Kazajistán. A Iturrarán le corresponde el mérito de haber realizado la primera sistematización de los campos (dependientes del ministerio del Interior de la URSS o NKVD y del GULAG), donde estuvieron internados presos españoles a partir de 1941 y hasta los años cincuenta. Fue a mediados de la década de los noventa, hace más de veinte años, cuando, por encargo de EL PAIS, la investigadora trabajó durante varios meses en el archivo del Centro de Conservación de Colecciones Histórico-Documentales (antiguo archivo especial secreto fundado en 1946 para usos policiales políticos y judiciales, abierto al público en 1991).
 
Iturrarán emprendió la titánica tarea de examinar centenares de miles de fichas de presos de numerosas nacionalidades y estableció que los españoles habían estado internados en un mínimo de 20 campos a lo largo y ancho de la geografía soviética, desde Odessa y Donetsk, en Ucrania, hasta Ajmólinsk y Karagandá, en Kazajistán. Josefina descubrió además la orden secreta por la que el comisario del Interior Lavrenti Beria, el 26 de junio de 1941, había mandado internar en el campo de Norilsk, en el Círculo Polar Ártico, a varios contingentes de españoles residentes en la URSS. Al día siguiente fueron detenidas las tripulaciones de los mercantes de la República Española fondeados en Odessa.
 
El resultado de su trabajo fue “Una deuda con la historia”, un artículo publicado en EL PAIS el 12 de marzo de 1995, en el que Iturrarán pasaba revista al destino de los detenidos, marineros, pilotos, “niños” y emigrantes políticos, a los que se añadieron combatientes de la División Azul, algunos de los cuales se habían alistado precisamente para pasarse a la URSS.
 
Creía Josefina que, para cerrar ese doloroso periodo histórico, era necesario construir un monolito en memoria de los españoles en alguno de los campos por donde pasaron. En Karagandá su deseo se ha cumplido, pero ella ya no está entre nosotros para verlo.
 
La “niña de la guerra” que salió de Guernika en 1937 pocos días antes del bombardeo alemán, falleció en Moscú el 27 de enero de 2014 a los 90 años de edad.
 
Nos enteramos de su muerte con imperdonable retraso. Ucrania, en plena efervescencia,nos mantenía alejados de Moscú; en los últimos años, Josefina se empeñaba en no descolgar el teléfono y, además, había dejado de visitar el Centro Español. Apasionada e imaginativa, Iturrarán fue mujer de muchos talentos. Tras su llegada en barco a Leningrado en 1937 pasó por varias casas de niños de diferentes localidades hasta llegar a Odessa, ciudad donde estudió y donde tomó lecciones de canto. En 1940 se trasladó a Moscú, donde fue admitida en el conservatorio poco antes de que los alemanes invadieron la URSS en junio de 1941. Junto con otros niños españoles, huyó a Siberia y de allí, a Uzbekistán, en Asia Central, donde participó en la cosecha del algodón y comenzó estudios de Pedagogía.
 
De vuelta a Moscú se licenció en el Instituto de Lenguas con diploma de honor en 1952-53. Trabajó en el Instituto de Ciencias Sociales adjunto al Comité Central del PCUS y, ayudó a alfabetizar a militantes comunistas internacionales que, en un ambiente de clandestinidad e inscritos con nombres falsos, se preparaban para la revolución. Después pasó a la Academia Diplomática, de donde se jubiló en 1987. Conoció a Fidel Castro y al Che Guevara, grabó discos con canciones de Federico García Lorca, cantó para la Pasionaria, que apreciaba mucho su voz, para Pablo Neruda y para Rafael Alberti.
 
A lo largo de su vida, Iturrarán realizó múltiples investigaciones. Rescató las obras inéditas del músico Vicente Martín y Soler, que vino a Rusia invitado por Catalina la Grande en el siglo XVIII, y también correspondencia y grabaciones de Pablo de Sarasate y Pau Casals, asiduos de Rusia antes de la revolución de 1917, y fotografías y manuscritos de Rafael Alberti entre muchas otras cosas.
 
Josefina estaba especialmente satisfecha de haber conseguido que una calle de la ciudad de Nizhni Nóvgorod (en el Volga) fuera bautizada con el nombre de Agustín de Betancour, el ingeniero canario que desarrolló las obras públicas en Rusia a principios del XIX. Para conseguirlo, Iturrarán mantuvo cuatro años de correspondencia con Boris Nemtsov, cuando este político, asesinado el pasado febrero, era el gobernador de la provincia de Nizhnni Nóvgorod. Nemtsov, según explicaba Josefina, entendió que era importante honrar la memoria del artífice de los planos de recinto de la feria local.

Josefín investigó también la figura de José de Ribas, el fundador de la ciudad de Odessa en el siglo XVIII, quien luchó contra los turcos al frente de una flotilla de cosacos y estuvo aparentemente implicado en el compló que acabó con la vida de Pavel I.

Por sus méritos en la recuperación de la cultura española en Rusia, fue condecorada con al orden de Isabel la Católica.

La enterraron en el cementerio de Novodévichi, sin que pudiera llegar a cumplir su anhelo de ir a España, como dijo en una ocasión, para tener “un rinconcito con una cama y una mesa donde yo pueda escribir mis memorias y recuerdos y venga una persona una vez al día a traerme unos garbanzos”.

miércoles, 17 de junio de 2015

Homenaje a los republicanos españoles en campos de trabajo de Kazajstán

 
Recuerdo y homenaje a los españoles republicanos internados en los campos de trabajo de Kazajstán
 
AGE 14/6/15
Durante el periodo estalinista en la URSS hubo un grupo de republicanos españoles, entre ellos niños, maestros, marinos y aviadores, que acabaron siendo internados en el Gulag, a veces por pequeñas causas como robos en periodos de hambre y guerra, otras veces por temas de mayor gravedad, y en numerosos casos por simples sospechas o pura persecución política.
 
Invitada por el gobierno de Kazajstán y la Embajada Española en Astaná, junto a un grupo de familiares de presos republicanos, niños de la guerra, maestros, marinos y pilotos, Dolores Cabra, Secretaria General de AGE, viajó a Astaná, al antiguo campo de prisioneros de Karaganda y al museo y los archivos de la represión en Dolinka, los días 29 de mayo a 1 de junio del actual.
 
En el memorial donde estuvo ubicado el campo de trabajos forzados de Karaganda se ha levantado un sencillo monumento en recuerdo de los españoles internados y fallecidos allí. En este campo existen ya monumentos en memoria de los presos de numerosos países.
 
Tal y como recibimos el mensaje de nuestra anterior Presidenta, Adelina Kondratieva, teniente de aviación de la República Española y Teniente Mayor en la Guerra Patria, debíamos velar por los pilotos, marinos, maestros, niños de la guerra cuyo destino fue ser concentracionarios de esos campos. Y así lo hemos hecho, cumpliendo con este deber de memoria.Y también recordando a nuestra consocia y compañera de Caravanas de Memoria, la niña de la guerra cántabra Josefina Iturrarán, fallecida en enero de 2014, quien tanto nos ilustró sobre estos hechos a través de sus investigaciones.
 
En homenaje a Adelina y a todos ellos hicimos acto de presencia republicana en el Museo-Archivo de Dolinka, dedicado a las víctimas de la represión política, junto al Presidente de la Asociación de Aviadores de la República (ADAR) y la Directora de la Institución.
 
 
Dolores Cabra en el centro, con el Presidente de ADAR y la Directora del Museo de Víctimas de la Represión Política de Dolinka
 






 
Los Archivos Nacionales de la República de Kazajstán, el Archivo Estatal de la Región de Karaganda y el Museo de Dolinka son depositarios de la memoria de la represión política que afectó a víctimas de muchas nacionalidades, entre ellas españoles republicanos, internados en distintos campos de la antigua República Socialista Soviética de Kazajstán.
 
AGE ha tenido encuentros con los directores de los tres archivos y ha promovido un convenio de colaboración y de intercambio de documentación entre estos y el Archivo Nacional de Cataluña (ANC).

El País:




miércoles, 25 de junio de 2014

“Es sintomático que el español que más tiempo pasó en el Gulag soviético fuera un anarquista aragonés y no un miembro de la División Azul”. Entrevista a Luis Antonio Palacio.

 
Entrevista realizada por Rubén Ruiz Ramas
 
22/06/2014 eurasianet
Tal vez el día. Aragoneses en la URSS (1937-1977), el exilio y la División Azul es la última obra de Luis Antonio Palacio Pilacés, uno de los historiadores que más esfuerzos han dedicado a la recuperación de la memoria histórica aragonesa de la Guerra Civil y de la posguerra, prestando especial atención al exilio. Entre sus mayores logros figura haber elaborado, tras un trabajo de campo en el que visitó más de 1.000 localidades, el Mapa de Fosas de Aragón. Dentro del programa Amarga Memoria publicó el volumen La Nación del Olvido (2011) sobre los aragoneses exiliados en el norte de África al término de la Guerra Civil. Si por un lado Tal vez el día es una nueva toma de contacto con los exiliados y las exiliadas, esta vez en la URSS, por otro lado es un estudio que, en sí mismo, supone el acercamiento más extenso y profundo realizado hasta la fecha sobre los divisionarios aragoneses. Tal vez el día es una obra poliédrica y magna en contenido y forma.
 
Sus dos volúmenes y más de 1.200 páginas abordan la experiencia vital en territorio soviético de cinco grupos humanos:
1) los jóvenes aviadores republicanos a los que el fin de la Guerra Civil sorprende en su formación en la URSS;
2) los ya célebres niños de la guerra;
3) los exiliados tras 1939 a la URSS en su mayoría miembros del PCE;
4) los alistados en la División Azul y los batallones que dieron continuidad a ésta tras su extinción;
5) los aviadores de la Escuadrilla Azul;
6) y por último, los 300 aragoneses que fueron a trabajar voluntariamente a la URSS.
 
Además, como valioso anexo, la obra incluye una breve biografía de cada uno de los dos mil aragoneses y aragonesas que estuvieron en la URSS.
 
Eurasianet.es (E): “Algún día, tal vez, la memoria de estas cosas será agradable. Algún día, tal vez, pero no muy pronto. La Eneida, Virgilio”. Con esta cita se abre el primer volumen Luis, ¿continúa en consecuencia siendo la memoria de la estancia en la URSS poco o nada agradable en todos los grupos humanos estudiados en tu obra?
Luis Palacio (LP): En líneas generales así es, si bien hay excepciones en todos los colectivos en que se basa la investigación. Hemos de tener en cuenta que las circunstancias por las que la mayoría de ellos acabaron en la URSS no fueron las más deseables, el contexto bélico fue el que les forzó a ir a un país del cual, entre otros aspectos, no conocían su lengua. El título evidencia también el hecho de que el recuerdo para muchos de los divisionarios de su experiencia no solo no es agradable, sino que directamente muchos lo han querido borrar de sus vidas, hasta el punto de negar que estuvieran allí. Los estudios sobre la División Azul permanecieron durante décadas monopolizados por la historiografía del régimen franquista, para pasar después a ser un tema maldito, abordado las más de las veces con una carga peyorativa no solo hacia la División Azul, sino también a los hombres que combatieron en ella, que oscurecía igualmente la verdad de los hechos. El mito que quiso construir la historiografía del régimen sobre la voluntariedad de los divisionarios no se sostiene, como tampoco se sostiene la hipótesis de que la motivación ideológica –y no la instrumental o utilitaria- fuera la mayoritaria entre los 47.000 españoles que fueron a Rusia. El problema que ha habido con el tratamiento de la memoria de los divisionarios es que ha estado construida sobre la versión de los altos rangos militares más ideologizados. Los que tuvieron más facilidad para escribir y publicar sus memorias durante el franquismo, además de menos disquisiciones morales con su propio papel en el frente ruso. La otra versión quedo borrada de la memoria, recuperarla ha sido uno de los principales objetivos de esta obra.
 
E: ¿Y qué se puede decir de la memoria del exilio republicano?
LP: Es igualmente complejo. En primer lugar, hay que tener en cuenta que la URSS tuvo una solidaridad selectiva con los exiliados españoles. Era la URSS la que a través del PCE ofrecía a los elegidos la posibilidad de exiliarse a su territorio, en total unos 900. Lo que condujo a que mientras países más pequeños como Chile (2.000) o México (20.000) acogieran a más exiliados, además los que llegaban a la URSS llegaban filtrados, y prácticamente todos eran del PCE o afines al mismo. A pesar de ello, muchos acabaron teniendo un recuerdo hostil hacia la URSS debido al permanente ambiente de sospecha, las duras condiciones materiales,  el sometimiento a las cúpulas del partido o las purgas internas. Esa mezcla entre agradecimiento por el cobijo y la ayuda recibida y el hartazgo provocado por ciertas limitaciones e imposiciones del Estado soviético  también se pueden trasladar a los niños de la guerra.
 
Un caso más particular es el de los aviadores republicanos,  cuya última expedición a la escuela de pilotos de Kirovadab se vio obligada a permanecer en la URSS, prohibiéndoseles regresar a España. Inicialmente, el estado soviético les ofreció elegir entre integrarse en el Ejército Rojo o viajar a Francia o México. Sin embargo, esta segunda opción no fue respetada y la consulta sirvió más que nada para discriminar entre leales a la URSS y no leales. Los que escogieron no integrarse quedaron atrapados. No entendían como la URSS había podido firmar el pacto de no agresión con la Alemania Nazi. Un grupo de 30 aviadores se ofreció a integrarse en las fuerzas chinas que combatían contra el ejército japonés, pero no se les permitió salir.  Entre los ocho aragoneses que viajaron en esa 4ª expedición, tres decidieron no integrarse. Dos destacan especialmente. Pascual Pastor, anarquista, regresó en el Semiramis en 1954 no ocultando su anticomunismo, de hecho, reconocido por el propio régimen como uno de los repatriados más brillantes, trabajo para Radio Liberty, la radio propagandística conducida en Gerona por la CIA y los EEUU y que se podía escuchar al otro lado del muro de Berlín. Por su parte, Vicente Monclús, militante de CNT-FAI, fue uno de los primeros represaliados en 1940, enviado al campo de concentración siberiano de Vorkuta, un gulag, protagonizó una historia épica de supervivencia tras huir y permanecer durante semanas en los bosques siberianos alimentándose de una mula. Finalmente él y el resto de prisioneros fueron apresados tras encender una hoguera. Monclús fue el español que más tiempo pasó en el Gulag soviético, catorce años. No deja de ser sintomático que fuera un anarquista y no un miembro de la División Azul.
 
E:  Monclús sin duda es una de las figuras más destacadas entre los aragoneses que estuvieron en la URSS, pero ¿cuál sería la figura política aragonesa más relevante que estuvo allí?
LP: Sin duda se trata de Fernando Claudín, quien nacido en Zaragoza  en 1913, sería un personaje clave no solo en la historia del exilio español en la Unión Soviética, sino también en la propia del PCE hasta su expulsión del mismo en 1964 junto con Jorge Semprún tras su enfrentamiento con Santiago Carrillo sobre la estrategia a seguir por el PCE en España. Claudín, durante la guerra ocupó altos cargos en el PCE y fue encarcelado a raíz de la sublevación de Casado. Excarcelado en el último momento, lograría huir por avión a Orán (Argelia) junto a su entonces esposa, la joven militante comunista zaragozana Joséfina López Acín. Desde el norte de África ambos se trasladaron a la URSS, desde donde Fernando sería enviado a México por un periodo de varios años, para más tarde pasar a colaborar en la organización de las guerrillas antifranquistas. De vuelta a Moscú, entre 1947 y 1955 ocuparía la Jefatura del exilio español.
 

E: En el libro se deja constancia de que hubo aragoneses en todas las principales batallas en el frente ruso donde participaron españoles tanto en el bando soviético como en el alemán, ¿qué se podría destacar de ellos?
LP: Por ejemplo de los guerrilleros aragoneses que lucharon en la guerra de guerrillas que los soviéticos plantearon a los alemanes en los bosques de Bielorrusia cabe destacarse los relatos personales de varios de ellos, en especial las memorias de Sebastián Altemir. También es reseñable la presencia de aragoneses entre una centena de españoles que integrados en las fuerzas del NKVD se desplegaron para defender la Plaza Roja cuando los alemanes estaban a las puertas de Moscú. Hubo igualmente distintos aviadores en frentes de batalla celebres como Leningrado o Stalingrado.
 
Por otro lado, entre los divisionarios, cientos de aragoneses estuvieron en el sitio de Leningrado. Más de 700 aragoneses estaban en el 3º Batallón del 263º Regimiento, el conocido como Batallón de los Maños, apelativo que ellos mismos crearon y que después fue muy utilizado por la prensa del régimen. Ellos participaron en las primeras operaciones y sufrieron muchas bajas. También se puede destacar la presencia de 400 aragoneses en el 250º Regimiento de artillería de la Wehrmacht.

jueves, 24 de abril de 2014

Vicente Monclús, anarquista aragonés preso en los Gulags de Stalin




22 de abril de 2014, por CGT Aragón y La Rioja

El historiador Luis Antonio Palacio autor del libro “Tal Vez el día Aragoneses en la URSS (1937-1977)” nos presenta la tremenda historia del anarcosindicalista aragonés Vicente Monclús que pasó quince años presos en los gulags de Stalin.

Vicente Monclús Guallar, nacido en Abiego (Huesca) en 1913, llegó a la Unión Soviética a mediados de enero de 1939 en el marco de la Operación X, en función de la cual la URSS proveería de armamento y asesores técnicos a la acosada República española. Era uno de los 186 jóvenes españoles que conformaban la cuarta expedición de alumnos que debían recibir clases de pilotaje de caza en los aeródromos de Kirovabad, en el Caúcaso. Al igual que la adquisición de armas, el coste de los cursillos se sufragaría con las 507 toneladas de oro de las reservas del Banco de España -el famoso “oro de Moscú”- trasladado a aquel país en los primeros meses de la conflagración.

Los futuros pilotos no llegaron en buen momento: el ambiente amistoso y relajado en que se habían desarrollado los cursos anteriores se había ido enrareciendo paulatinamente conforme crecía la intensidad de las purgas internas desatadas en la URSS desde mediados de 1937. Los roces entre el comisario político Mirov y algunos de los alumnos, procedentes de organizaciones antifascistas nada afines al comunismo soviético, se habían convertido en una enojosa rutina. Esa soterrada tensión alcanzaría su máximo exponente el día en que Mirov anunció a los jóvenes pilotos que los combates en España habían finalizado, con la derrota definitiva de la República. Las acusaciones del comisario soviético contra organizaciones como la CNT-FAI, a las que responsabilizaba del desastre, soliviantaron el ánimo de algunos españoles. Especialmente los de quienes, como Vicente, militaban activamente en la organización anarcosindicalista. Al estallar la guerra el joven se había alistado voluntario en las fuerzas republicanas, con las que había combatido en Aragón y Levante formando parte de la 127ª Brigada de la 28ª División, para pasar después al campo de aviación de La Ribera (Murcia), donde debía cursar estudios de piloto. Aunque su rifirrafe dialéctico con Mirov no fue más allá, bastaría para marcarle ante sus anfitriones soviéticos y, peor aún, ante los delegados e informadores del Partido Comunista de España.

El final de la conflagración marcó también el de los cursos. Tocaba ahora adoptar una resolución en torno al destino de los frustrados alumnos. La oferta rusa para que permanecieran en la URSS no acababa de ser del agrado de muchos de ellos y el regreso a España no era una opción que pudiera tenerse en cuenta, así que buen número de ellos solicitaron viajar a Francia o México, y una treintena larga se mostraron dispuestos a sumarse a las fuerzas chinas que luchaban contra los japoneses.

Su decisión no agradó ni las autoridades soviéticas ni a la cúpula del PCE, que estaba llegando al país tras abandonar España. En las semanas siguientes la oferta de permanencia fue periódicamente renovada y en un lento goteo bastantes de los alumnos se resignaron a quedarse e integrarse en sus estructuras productivas. Entre quienes cedieron no se contaría el de Abiego, quien enseguida se reveló como uno de los líderes de aquel grupo de “refractarios” que preferían irse. A la espera de futuros acontecimientos, éstos fueron trasladados a la lujosa Casa de los Sindicatos de Zanki (Jarkov), donde perdieron todo contacto con quienes habían sido sus compañeros. Si bien lo ignoraban, el final de la guerra también había atrapado en la URSS a tres millares de niños españoles refugiados de guerra y a decenas de tripulantes de los nueve buques republicanos inmovilizados por los soviéticos en los puertos de Murmansk y Odessa, en algún caso desde finales de 1937.

El 2 de mayo de 1939 todo el grupo emprendió viaje hacia la región de Moscú. Su destino era la Escuela Política de la Internacional Comunista de Planiersnaya, donde se les impartirían clases de formación política, a las que algunos se negarían a asistir. Durante su estancia menudearon las visitas de líderes comunistas españoles, que intentarían disuadirles, con mayor o menor éxito, de su idea de salir del país. En cuestión de semanas la situación se deterioraría tanto que cundiría el rumor de que tres miembros del PCE -José Fusimaña, Pelegrín Pérez Galarza y José Sevil- habían tramado un plan para asesinar a varios de los alumnos más reacios a asistir a clase.

Los meses pasaban sin avance perceptible alguno y los jóvenes se decidieron a solicitar la asistencia de algunas embajadas extranjeras capaces de influir en las autoridades soviéticas, unas gestiones que pronto se mostraron infructuosas. A finales de agosto el Pacto Germano-Soviético acabó de enconar los ánimos y Vicente protagonizó un duro enfrentamiento verbal con el presidente de los Sindicatos. Ante el cariz que tomaban las cosas, asustados, algunos optaron por claudicar; no así Vicente ni varias decenas de sus compañeros, que se encastillaron en su rotunda negativa a colaborar o integrarse. El 17 de diciembre de 1939, Vicente y Agustín Puig eran recibidos por el jefe del Negociado del Ministerio de Asuntos Exteriores de la URSS, a quien transmitieron los deseos de más de una treintena de alumnos de que se les entregasen pasaportes para trasladarse a México. Durante algún tiempo su osadía pareció capaz de obtener resultados, ya que el 23 de enero de 1940 el ministro de Exteriores Molotov recibió a una segunda delegación y se mostró receptivo a sus demandas, pero en última instancia lo único que iban a conseguir sería una violenta reacción por parte del PCE. Dos días después, Vicente y siete de sus compañeros eran detenidos y trasladados a la prisión moscovita de Butiskaya, donde fueron sometidos a un grotesco simulacro de juicio ante un “tribunal” formado exclusivamente por varios delegados del PCE, que no vacilaron en solicitar la pena de muerte para todos ellos. Por fortuna los soviéticos impidieron que tan odiosa farsa tuviese un trágico desenlace, aunque no por ello el destino de los ocho acusados iba a ser menos dramático: en los días posteriores los esbirros del régimen intentaron arrancarles una confesión de espionaje a base de someterles a brutales palizas. Incidirían particularmente en el banal incidente ocurrido en Londres durante su viaje a la URSS, cuando varios de ellos abandonaron el buque que les transportaba para visitar la capital británica durante unas horas.

Contra viento y marea, se mantuvieron firmes: en la prisión se multiplicaban las ejecuciones y sabían que en ello les iba la vida. Conseguirían salvarla, pero en un segundo proceso todos fueron condenados a ocho años de internamiento. Vicente y cuatro de sus compañeros fueron embarcados en un tren que les conduciría al ártico junto a otros dos mil prisioneros. A lo largo de ocho días de hambre y miseria -450 hombres murieron durante el traslado- el convoy se internó en la taiga hasta llegar a la confluencia de los ríos Bucherdat y Siberne Dvina, donde los supervivientes abordaron el barco que debía llevarles hasta el remotísimo enclave de Ouquina. A partir de allí, durante más de dos semanas siguieron a pie el trazado de la nueva vía férrea que uniría Cutlas con Vorkuta, en la que trabajaban decenas de miles de presos. En torno suyo, sumidos en un fantasmal mundo de hielo y muerte, famélicos grupos de presos trabajaban penosamente entre montañas de nieve.

Allá en Moscú habían quedado sus compañeros, aterrorizados por la súbita desaparición de sus ocho colegas. La más pura desesperación les llevaría al extremo de solicitar la intervención de las embajadas de Italia y Alemania, las odiadas potencias fascistas contra las que habían combatido en suelo español. Sin embargo la implicación de esos bizarros aliados de la URSS no serviría de mucho y apenas unas decenas de alumnos, niños y marineros lograrían abandonar el país antes de que el 22 de junio de 1941 el ataque germano contra la Unión Soviética pusiera un abrupto fin a las gestiones. Quienes no hubieran logrado salir para aquel entonces comenzarían un largo calvario por los campos de concentración soviéticos y sólo algunos conseguirían regresar a España a bordo del Semíramis en abril de 1954, junto a los últimos prisioneros de la División Azul.

A su llegada al campo, los cinco españoles se hallaban en pésimo estado: Juan Navarro sucumbiría a las pocas semanas y Luis Milla, trasladado por estar gravemente enfermo, nunca volvería a ser visto con vida. Con ellos penaban hombres de todas las nacionalidades -17 en el grupo de 25 trabajadores en el que formaba Vicente-, entre los que se contaban abundantes militantes comunistas que en su día habían buscado refugio en la URSS. Las condiciones de vida eran penosas y embrutecedoras: los internos se encargaban de crear un pasillo a ambos lados de la línea férrea, a base de talar el bosque y desbrozar el terreno. Trabajaban como bestias y recibían por todo alimento un poco de pan negro, col, harina hervida y algo de pescado. Aquel invierno el termómetro descendería hasta los 55º bajo cero y los prisioneros morirían en masa. Algunas fuentes cuantifican en alrededor de un millón el número de reclusos muertos en esa región entre agosto de 1940 y noviembre de 1941.

La única esperanza estribaba en la huida, pero ¿adónde ir? En cientos de kilómetros a la redonda no había otra cosa que un bosque congelado. La frontera finlandesa -la más cercana- estaba a más de mil kilómetros de distancia, sin caminos ni pueblos en los que poder implorar alguna ayuda. Con todo, dedujeron, no había nada que perder, así que el 6 de noviembre de 1940, pertrechados con un par de hachas, cerillas, un cubo, un frasco de tintura de yodo, hilo y agujas y una brújula que un preso les entregó a cambio de uno de sus trajes, Vicente y sus compañeros Juan Salas y José Gironés se lanzaron a la aventura. En un descuido de sus guardianes se apoderaron de los caballos utilizados en el transporte de madera y huyeron a los bosques. Su desesperación era tal que lograron avanzar casi 120 kilómetros a lo largo de dos noches de marcha a través de espesuras cubiertas de nieve, al término de las cuales los animales estaban tan agotados que decidieron sacrificarlos para aprovechar su carne.

Sabían que se les buscaría intensamente, así que decidieron ocultarse en el bosque durante el invierno para reanudar la marcha una vez llegado el buen tiempo. Construyeron una cabaña de ramas y durante varias semanas se limitaron a encender fuego por la noche, alimentándose con la carne de los caballos y algunas bayas que encontraron por ahí. Todo fue bien hasta que un día especialmente gélido decidieron encender fuego durante el día, con la mala fortuna de que el humo de su hoguera fue divisado por el piloto de uno de los pequeños aviones que cubrían la ruta Cutlas-Ijta. El 12 de febrero de 1941 los perros de una patrulla dieron con su paradero. Mordidos y apaleados, tuvieron que caminar durante dos días y medio sin comer ni un bocado hasta un punto desde el que un tren y un camión les devolverían al campamento. Los siguientes diez días los pasaron en un calabozo de castigo, estrecho y desprovisto de techo. Medio muertos por congelación, Salas y Gironés fueron trasladados con rumbo desconocido y Vicente jamás volvería a verlos.

Llegado el mes de julio, sólo y más muerto que vivo, Vicente recibiría en aquel desolado rincón del mundo la noticia de que los alemanes habían invadido la URSS. A partir de entonces el régimen de internamiento se endureció hasta extremos intolerables y los hombres no aptos para el trabajo comenzaron a ser fusilados de forma sistemática. Para el mes de septiembre la salud del aragonés estaba tan resentida que tuvo que ser trasladado al hospital del campo de Petkora, del que se decía que solamente se salía muerto. El “hospital” consistía en unas miserables barracas equipadas con camastros construidos con cuatro tablas. Los cadáveres helados -70.000 sólo en ese primer invierno de guerra- se amontonaban a la espera de que la primavera permitiera enterrarlos. Se salvaría gracias al auxilio de la doctora Rita Marcovicha, una prisionera política de 74 años de edad que había perdido a su marido, dos hijos y dos hermanos a manos de la represión estalinista y que le adoptó como a un hijo.

En julio de 1942 el campo fue disuelto y el traslado del de Abiego a una mina de carbón le libraría de verse involucrado en la rebelión de los campos del área de Vorkuta que al mes siguiente se saldaría con miles de presos masacrados. En su nuevo destino los presos debían talar árboles destinados al servicio de la mina, pero a causa de su estado morían como moscas, incapaces ya de realizar ese esfuerzo. El hambre era tan atroz que se comían hasta la hierba de los campos. Aún peores resultarían ser las faenas de reparación de una tubería, que tendrían que realizar en pleno mes de febrero, con agua a la cintura y completamente desnudos para mantener secos los andrajos que les cubrían. Una pelagra generalizada le enviaría de nuevo al hospital prácticamente desahuciado. Esta vez le debería la vida al doctor Pechanikov, al que conocía de su paso por la cárcel moscovita de Butiskaya, y al jefe del campo, un déspota que le tomó aprecio y le destinó a un taller de vulcanización donde las condiciones de vida eran infinitamente mejores.

Cinco años después, el 29 de enero de 1948, se le comunicó que el Soviet Supremo le había indultado, una magnífica noticia si se obviaba el hecho de que nunca había cometido ninguna clase de delito. La notificación iba acompañada de una orden de destierro forzoso a la ciudad de Samarcanda (Uzbekistán), en el Asia Central. Aunque tenía que pagarse de su propio bolsillo el larguísimo viaje en tren de 7.500 kilómetros y no disponía del más mínimo recurso económico, descubrió que comunicando a la policía en cada escala de su trayecto su condición de desterrado eran los mismos agentes quienes se encargaban de meterle en el primer tren que continuaba viaje.

En Uzbekistán nadie se atrevió a darle trabajo por su condición de deportado y se vio forzado a dormir en una alcantarilla bajo las vías férreas, sobreviviendo de pedir limosna junto a un joven iraní al que conoció en las calles. De vez en cuando los campesinos les proporcionaban algunos alimentos. Juntos comenzaron a planear su fuga a Irán, pese a que sospechaban -como así era- que los servicios de información no le perdían de vista. La idea consistía en hacerse con un avión en el aeródromo del río Sarasans para volar hasta aquel país. Se pusieron en marcha la noche del 10 al 11 enero de 1950, para encontrarse con la sorpresa de que los aparatos carecían de combustible. Pocos días después, Vicente recibió la noticia de que la Cruz Roja le citaba en Moscú porque sus familiares le reclamaban desde Francia. Por desgracia, al poco de llegar a la capital rusa una joven con la que había intimado y que trabajaba para los servicios secretos -pero que le había tomado sincero cariño- le advirtió muy seriamente de que debía andarse con cuidado.

Tal y como se temía, el 20 de abril de 1950 fue detenido a la salida de un teatro y acusado de espionaje por haber conversado con un ciudadano norteamericano en el patio de butacas. En la cárcel de Sujanovska las palizas fueron terribles y sus interrogadores le incomunicaron durante días en un “calabozo de saco” de 60 centímetros de lado con el fin de obligarle a firmar una declaración autoinculpatoria. Por fin, quebrada su resistencia física y moral, acabó por firmar, sin siquiera leerla, una falsa confesión de 246 páginas. El 28 de diciembre fue condenado a otros 10 años de prisión sin que mediase juicio alguno. Por suerte, entrado el mes de enero fue enviado a una fábrica secreta de los alrededores de Moscú donde las condiciones eran bastante buenas y donde se encontró con otros dos españoles, Francisco Ramón Molina y Juan Blasco Cobo, en su misma situación.

Dos años después la noticia de la muerte de Josip Vassiliovitch “Stalin” llenaría de gozo a la plantilla mixta de esclavos y hombres libres y sería abiertamente celebrada. Sin embargo sus penalidades no habían terminado junto con la vida del dictador: Vicente Monclús, uno de los primeros españoles que habían ido a parar a los campos de concentración soviéticos, iba a ser también el último en abandonarlos.


En abril de 1955 fue trasladado al complejo de Mordova, más exactamente al campo nº 11 de los 43 que lo componían, y que aglutinaban a unos 150.000 presos procedentes de multitud de naciones. El 6 de enero de 1956 fue trasladado a la prisión de la Lubianka, en Moscú, donde un juez le confirmó que tras su detención en 1940 los comunistas españoles habían solicitado varias veces que los ocho jóvenes pilotos fueran ejecutados. Allí permanecería hasta que el 23 de marzo de 1956 el Tribunal Militar del Consejo Supremo de la URSS reconociera lo injusto de su persecución legal. Una vez en libertad aún sería enviado durante siete meses a Dniepropetrovsk, donde trabajaría en una fábrica en la que prestaban servicios tres exiliados españoles. Pero ni siquiera entonces le dejarían en paz, pues los comunistas hispanos residentes en la ciudad le hostigarían hasta que finalmente, recuperado el contacto con sus hermanos, en noviembre de 1956 abandonase para siempre la Unión Soviética camino de París, dieciséis años después de haber sido encarcelado por el simple delito de pretender abandonar la URSS para vivir su vida en otro lugar y de un modo diferente. Tres años después, ya establecido en la Argentina de forma definitiva, daría a la imprenta un relato autobiográfico-18 años en la URSS- que constituye, amén de un vibrante testimonio de sus sufrimientos en los campos, un demoledor alegato contra la despiadada sinrazón del estalinismo, capaz de destruir la vida de los más firmes militantes antifascistas por el único crimen de discrepar con sus métodos autoritarios.
Luis Antonio Palacio


Un relato más pormenorizado de la historia de Vicente Monclús y sus compañeros de desventuras en PALACIO PILACÉS, Luis Antonio, Tal vez el día. Aragoneses en la URSS (1937-1977), El exilio y la División Azul, Ed. Comuniter, Zaragoza, 2013.

sábado, 19 de octubre de 2013

Los ‘presos fantasma’ de Kazajistán

  • Centenares de españoles fueron internados en campos de concentración en el país soviético
  • Franquistas y republicanos coincidieron en su deportación
  • Españoles deportados en Kazajistán 
 
El País - Alba Tobella -  Madrid 5 OCT 2013
Se conocieron en el gulag, en Kazajistán. Allí quedaron atrapados por el final de la Guerra Civil y la invasión alemana de la Unión Soviética. Antonio Leira Carpente y José García García nunca pensaron que su pequeña aventura soviética se convertiría en un infierno de dos décadas. Eran combatientes republicanos pero acabaron como apestados en la patria del proletariado.

Rusia admitió en 1992 que “muchos” españoles republicanos habían pasado por los campos de concentración estalinistas. Pero ninguna exrepública soviética había entregado a España la documentación oficial de esos presos hasta que, la semana pasada, Nursultan Nazarbayev, el presidente kazajo, regaló a Mariano Rajoy dos libros con las copias de los expedientes de 152 españoles —franquistas y republicanos—, que malvivieron congelados en sus campos en los años 40.

Leira y García tampoco sabían al partir —en 1937 el primero y 1938, el segundo— que acabarían rompiendo hielo para beber, ni que los llevarían de Siberia a Kazajistán en unos trenes en los que sobrevivieron semanas, hacinados en gélidos vagones de madera, hasta adentrarse en la inmensa estepa. Llegaron por separado a Karaganda, al noreste del país. Leira, cabo de la marina de un buque de la armada republicana y militante anarcosindicalista gallego, fue capturado junto a 46 compañeros en Odessa (actualmente en Ucrania) y trasladado al campo de Krasnoiarsk, en Siberia. García, cursillista aviador, estaba en Moscú en la cuarta promoción de prácticas a Kirovabad.

Tras la derrota de la República, no pudieron volver a España, ni salir de la URSS. Unos 80 pidieron exiliarse a Italia, Francia, Alemania o México. “El cambio determinante fue la invasión de los nazis, en 1941. En ese momento, todos los extranjeros pasaron a ser sospechosos si no firmaban, de manera voluntaria, permanecer en la URSS”, explica el catedrático de historia Secundino Serrano, autor del libro Españoles en el Gulag. Empezaba la deportación para esos “grupos irreductibles” de aviadores y marineros que se negaron a entrar en el sistema.

Leira y García se conocieron en Karaganda, aterrados por los ladrones que desvalijaban a los recién llegados. Allí esperaban ser remitidos a otro campo de trabajos forzados. Ya desde su llegada “habían quedado reducidos a esqueletos vivientes”, según recordaba, años después, un recluta francés. Acabaron en Kok-Usek, “el Valle Verde”, que traducían como el Valle del Infierno, el más frío de cuantos vieron. Un campo de concentración “ejemplar”.

Pasaron casi un lustro en un cerco de 300 metros de largo por 200 de ancho, aislado del exterior por tres líneas de alambrada de espino, vigilados por cuatro garitas con soldados aburridos ya que, si escapaban, el desolado paisaje les delataba. Los guardianes tenían también perros adiestrados para frenar una posible fuga. Eran unos 900. Mujeres, hombres y niños de distintas nacionalidades, puntos negros sobre la nieve, trabajando por sobrevivir.

Los internos en mejores condiciones físicas trabajaban en la mina. Una hora de camino de ida de madrugada contra la brisa helada. Otra, a la caída del sol, demasiado lejano en invierno, con hasta 50 grados bajo cero, y sofocante en verano, a casi 50. La comida, un bol de sopa de col antes de salir y otro a la vuelta. Y 450 gramos de pan, a menudo, mojado. “Había una cosa que llamaban ratas de agua, un manjar”, cuenta Beatriz Leira, hija de Antonio Leira, fallecido en 2000. Los que conseguían un puesto en la huerta, engullían a escondidas una patata cruda “que les sabía a manzana”, apunta Leira. “Según lo que trabajaban, comían”.

En Kok-Usek, los españoles eran los “presos fantasma”. Tenían prohibido comunicarse con su país, una dictadura enemiga. Solo podían hacer llegar noticias a sus familias cuando los europeos —principalmente judíos alemanes y austríacos— eran liberados. “Mi abuela se enteró de que mi padre estaba vivo por una carta que le llegó en alemán”, explica Leira: “Se aprendían de memoria las direcciones de los españoles”.

Tras sufrir un accidente en el que perdió varios dedos, Vicente Montejano, uno de los pocos aviadores que siguen con vida, se convirtió en uno de los españoles que se quedaban en los barracones, con la humedad calada en los huesos. Cosían unos zapatos muy cotizados entre las mujeres de la dirección del campo. “Confeccionábamos una especie de malla con hilo como el que se usaba para las mallas de pescadores... Al final resultaba, como es lógico, un zapato fino, para salir, pero no para trabajar o ir por el campo”, le contaba Montejano en 2007 a Carmen Calvo, hija de otro cursillista internado y autora de Los últimos aviadores de la República.

En cada traslado les separaban en grupos. Los dos amigos se perdieron. “José salió en una primera expedición. Antonio Leira tenia que salir en la siguiente, pero el río que los separaba se congeló y ya no les pudieron alcanzar”, cuenta Pilar García, viuda del aviador, por teléfono, haciendo esfuerzos para rescatar en la memoria al compañero de su marido. No se reencontraron hasta que, al fin, embarcaron en el Semíramis, en Odessa, el 2 de abril de 1954. Ya ancianos, se visitaron mutuamente. Se reunieron con otros compañeros de vez en cuando, hasta que fallecieron hace una década. En el Semíramis, con unos 300 pasajeros de los que 270 eran de la División Azul, viajaba también Vicente Montejano.

En total, unos 300 republicanos y 450 divisionarios pisaron los campos de toda la Unión Soviética, según calculan los expertos. Luiza Iordache, historiadora de la Universitat Autònoma de Barcelona y autora de Republicanos españoles en el Gulag, calcula que 76 republicanos pasaron por los centros kazajos a partir del estudio de sus expedientes, a los que accede con dificultad por el hermetismo de los archivos de las antiguas repúblicas soviéticas.

Pese a que los soldados franquistas de la División Azul también deambularon por Karaganda, el encuentro entre los dos grupos no llegó hasta 1948. La mitad de los republicanos acabó aceptando integrarse en la URSS y salieron del gulag. “Al resto, les juntaron con los divisionarios y en los campos europeos [hoy, en Ucrania]”, apunta Serrano.

El divisionario capitán Palacios recuerda uno de esos encuentros en Embajador en el infierno, narrado por Torcuato Luca de Tena: “Vimos entrar en el campo, extenuados y con síntomas de haber sufrido mucho, a un grupo de presos, con la novedad de que entre ellos venían muchas mujeres, con niños pequeños (...) ¡Cuál no sería nuestra emoción al oírles hablar en español! Castillo, abriendo los brazos, dio un tremendo ¡Viva España!, saludándoles, y el silencio fue su respuesta. Nos miraron con curiosidad, bajaron los ojos y siguieron su camino”.

La unión emocional para volver a España superaba ya la ideología. Ahora, tras el gesto de Nazarbayev, la Asociación Archivo, Guerra y Exilio y la Hermandad de la División Azul han escrito una carta al Ministerio de la Presidencia para solicitar una copia de los archivos.

Además de marineros y aviadores, algunos niños de la guerra [2.895 jóvenes enviados a Moscú en la guerra civil] fueron ingresados en el gulag por delitos comunes. Varios exiliados, por delitos políticos. Tras unos primeros años como una élite y como víctimas de una doble guerra, la desesperación por salir de la gigantesca prisión que era la URSS en 1941, llevó a algunos niños, forzados a nacionalizarse, a esconderse en los baúles de un avión que viajaba a Buenos Aires. Otros, famélicos por la posguerra, fueron internados por robar medio kilo de patatas. “Me marché de la fábrica de aviación en la que nos habían puesto a trabajar sin permiso de la milicia y me mandaron al gulag de Ucrania”, afirma Ángel Belza, un niño de la guerra que presenta sus memorias esta semana. “Fuimos rehenes durante 20 años. Estábamos encerrados”, exclama Francisco Mansilla, otro niño, presidente del Centro Español de Moscú vocal de la Asociación Archivo, Guerra y Exilio.

A los 94 años, Vicente Montejano mantiene el recuerdo del gulag suspendido entre la nebulosa del olvido: “A veces, hay cosas de las que uno no tiene ganas de hablar”.Y calla.

Nota de MJBarreiroLG:
Recibida petición de información sobre deportados a Kazajistán por parte de la autora del reportaje Alba Torella el pasado dos de octubre he tenido el placer de proporcionarle ciertas fuentes para este artículo como son: Los títulos "Españoles en el Gulag" de Secundino Serrano y "Republicanos españoles en el Gulag" de Luiza Iordache así como su contacto (ambos en la bibliografía de esta página), el contacto también con AGE através de su Secretaria General Dolores Cabra y de ahí con el Centro Español de Moscú del que es presidente Francisco Mansilla.

Por lo cual me honra que esta página cumpla su cometido que no es otro más que servir de recopilación e información sobre la relación de la Memoria Histórica española con la antigua URSS.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Españoles deportados en Kazajistán

"Memorial" con la asistencia de la Fundación Feltrinelli y el Departamento de Cartografía del Departamento de Geografía de la Universidad Estatal de Moscú (Traducción MJBarreiroLG)
El presidente kazajo entrega 152 expedientes a Rajoy de nacionales enviados por Stalin

El País, Carlos E. Cué  , Astana 30/9/13 El presidente kazajo, Nursultan Nazarbayev, ha sorprendido a Mariano Rajoy, de visita oficial en el país, con un regalo muy particular: dos cuadernos azules con los expedientes de 152 españoles que fueron deportados a estas tierras en los años cuarenta por el régimen de Stalin.

En Kazajistán había varios campos de internamiento, y en ellos acabaron españoles de los dos bandos de la Guerra Civil. Por un lado, voluntarios fascistas de la División Azul, que viajaron para luchar en Rusia con el ejército de Hitler en su intento de derrotar a Stalin y hacerse con el control de toda Europa. Muchos de estos soldados fueron capturados por los rusos y los mandaron como prisioneros a lugares como Kazajistán, con unas temperaturas que superan en invierno los 40 bajo cero.

Otros españoles que acabaron en estos mismos centros hicieron el camino contrario. Eran republicanos, llegaron a Rusia huyendo de Franco y algunos de ellos, implicados políticamente en el régimen soviético, acabaron siendo purgados y enviados a Kazajistán.

Nazarbayev ha entregado a Rajoy los expedientes que ha conseguido encontrar de 152 de estos españoles, aunque hubo más. El presidente kazajo ha explicado a Rajoy que los españoles de la División Azul y los republicanos, condenados a vivir en los mismos campos, acabaron relacionándose entre ellos a pesar de su enfrentamiento político. De esos 152, sólo 14 murieron en Kazajistán. El resto, con un lento goteo durante los años cincuenta y sesenta, volvieron a España.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Documental: "Camarada General. Ignacio Hidalgo de Cisneros"


Ignacio Hidalgo de Cisneros (Vitoria 1896 – Bucarest 1966) fue uno de los principales protagonistas de la Guerra Civil Española, por su intensa trayectoria militar, política y diplomática. Este documental recupera su figura y da a conocer –con la ayuda de historiadores, investigadores, testigos, familiares y documentos originales-, episodios ignorados de la Guerra de Marruecos, la contienda española, la Segunda Guerra Mundial y las relaciones de la República con Stalin, incluyendo la tragedia vivida en el Gulag por los pilotos españoles a los que sorprendió el final de nuestra guerra en la URSS.

Director: Mikel Donazar Jaunsaras
Reparto: Sebastian Balfour, Ángel Viñas, Paul Preston, Cecilio Yusta, Julián Vadillo, Santiago Carrillo, Soledad Fox Maura, Luiza Iordache, Boris Kovalev, Stefan Andrei
Duración: 100’

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